Su tienda-taller, Le Voilà, es una pequeña celebración de la belleza hecha a medida, del detalle como lenguaje y del diálogo entre pasado y presente.
Le Voilà nació y sigue viviendo en el corazón de Sevilla. ¿Qué papel juega la ciudad en tu forma de crear?
La ciudad ofrece una intensidad cotidiana —la luz, el ruido, la forma en que se vive la calle— que alimenta mucho la mirada. Aquí todo está a la vista: la gente se arregla, se expresa, ocupa el espacio con cierta teatralidad natural. Esa energía social te recuerda que la creación también puede ser un gesto público, que las piezas no son solo objetos, sino parte de un ritual compartido. Diría que mi forma de crear está atravesada por esa tensión entre lo local y lo universal, entre lo exuberante y lo sobrio y en ocasiones a la par.
Sevilla tiene una manera muy particular de entender la belleza, el detalle, la celebración… ¿Cómo dialoga esa esencia con tu trabajo? ¿Sientes que la ciudad te ha enseñado a mirar de una forma distinta los materiales, la luz o incluso el color?
Aquí la belleza se celebra sin complejos, lo que tiene una parte liberadora y otra desafiante. En Sevilla todo compite con el exceso: la arquitectura, las fiestas oficiales-oficiosas, los vestidos, las flores, las voces. En ocasiones la saturación visual te obliga a encontrar tu propio ritmo. La luz de esta ciudad, no perdona: cambia los matices. Es observación cotidiana, es actividad. Entiendo la luz como un material más.
Tu taller está en un espacio con historia, coronado por un fresco de 1897 de José Rico Cejudo. ¿Cómo influye ese entorno tan singular en tu día a día?
Trabajar bajo un fresco de finales del XIX te da cierta conciencia de continuidad: te sitúa dentro de una cadena de oficios que lleva siglos funcionando en la ciudad. No es solo un decorado, es una presencia silenciosa. En un entorno tan cargado de memoria, la clave es mantener la frescura: permitir que los materiales contemporáneos, los experimentos y las pruebas convivan con esa presencia. Es un equilibrio curioso: trabajar en un lugar con alma te obliga a mirar más lejos.
Muy en línea con la anterior pregunta, tu universo estético bebe de las vanguardias artísticas del siglo XX, pero también de la naturaleza y la vida cotidiana. ¿Cómo conviven esos mundos en tu cabeza?
Lo que no llega a ser un clásico ni un moderno perdura sin esa sobreexplotación de la tendencia absoluta del mercado. Las vanguardias me interesan por su capacidad de cuestionar la forma, de liberar la mirada. Son pasado, presente y futuro.
La naturaleza la abrazo como un caos bello, inabarcable y preciso. Esa belleza nadie la cuestiona. Entre líneas retorcidas y patrones geométricos de las alas de las mariposas por ejemplo, se cuentan historias. No trabajo ni creo piezas para una vitrina, sino para personas que se gustan, se mueven, se abrazan, celebran… Esa mezcla me permite crear piezas que tienen estructura e intuición.
Has dicho alguna vez que disfrutas “probando materiales, texturas, tocando”. ¿Qué tiene el gesto manual que no se puede sustituir?
Volvemos un poco a la intuición. El gesto manual es común a todos. No tienes que pensar si una magdalena estará buena. La tocas, la hueles y ya lo sabes. La mano sabe antes que la cabeza. Al tocar un tejido, una fibra o un metal, ya percibes su temperamento, su flexibilidad, su resistencia, aunque sin experiencia puede que ingieras una magdalena en mal estado.
El trabajo manual es una conversación. No es un acto solitario, sino un diálogo entre el cuerpo, la herramienta y el tiempo. Por eso me cuesta pensar en Le Voilà solo como una marca. Prefiero entenderlo como un espacio de ensayo permanente, donde el hacer es parte del pensamiento. Y si un día hago una magdalena dura la utilizo de pisapapeles.
En Le Voilà no solo se venden piezas, se crean vínculos. ¿Cómo es ese diálogo con las clientas que llegan buscando “su” tocado o complemento? ¿Recuerdas alguna historia especial detrás de una pieza o una novia que te haya marcado?
Cada encargo tiene algo de retrato. El diálogo con las clientas es una parte esencial del proceso. No diseño para una figura abstracta, sino para una persona concreta, con sus gestos, su timidez o su seguridad. Las conversaciones, las pruebas, incluso las dudas, forman parte de la construcción de la pieza.
Recuerdo especialmente a una novia viajera que vino a Sevilla, casi por casualidad. Entró en la tienda y de repente me dice que se casa en unos meses y que quiere que le haga un tocado que “no pareciera un tocado”, algo liviano, no muy moderno y sin referencias explícitas a lo andaluz. Modelé sobre su cabeza literalmente y le comenté que volviera en dos días. Cuando se lo puso, sonrió y dijo: “No sabía lo que quería, pero ahora sé que es esto”. Además, resume muy bien el nombre de la marca: “¡esto es! ¡Aquí está!”. Esa corta frase condensa muy bien lo que busco: piezas que trasciendan los códigos locales, pero que sigan teniendo alma. Además de la pieza o un cliente con anécdota, son muy importante esas personas que han confiado en mí durante años. Tengo la suerte de haber hecho novias que vuelven para la concha del bautismo y del tocado de comunión de su hija. Eso sí que es reconfortante y crea vínculo.
Y por último, ¿qué sueñas que siga siendo Le Voilà dentro de diez años?
Más que imaginar un destino cerrado, me gustaría que Le Voilà siga siendo un punto de encuentro entre el oficio y la experimentación: un lugar donde la tradición manual siga teniendo valor, pero sin nostalgia. Un lugar en el que la artesanía pueda dialogar con la tecnología, con la investigación de materiales.
Y, sobre todo, me gustaría que siga manteniendo su tono propio: un equilibrio entre el sur y el mundo, entre lo cercano y lo contemporáneo. Que siga teniendo raíz, pero sin quedarse quieta. Esto me haría feliz.
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