Las calles, adormiladas por el calor del día, despiertan al fresco de la noche. Es entonces cuando la ciudad respira hondo y suena a conversación, a copas que tintinean y a guitarras que se afinan.
Es la hora azul. La luz dorada acaricia los adoquines y tiñe de cobre la Giralda. Pasear por el Barrio de Santa Cruz, con sus callejuelas perfumadas, es dejarse llevar por una calma antigua. El fresco invita a caminar sin rumbo fijo. A dejarse quizás llevar hasta la Plaza del Salvador, que se llena de vida, o a recorrer la Alameda de Hércules, donde la mezcla de terrazas, bares y ambiente creativo invita a improvisar una cena bajo las estrellas.
En verano, algunos espacios como el Antiquarium o el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo programan cine al aire libre, conciertos o actividades culturales que sólo cobran sentido con la noche como telón de fondo.
En la ribera del Guadalquivir, el paseo se vuelve más lento. Desde la orilla de Triana se ve cómo la ciudad se espeja en el agua, como si también ella se contemplara a sí misma. Las terrazas del río se van llenando de luz tenue y conversaciones bajas. Si el cuerpo lo pide, un paseo en barco al atardecer permite ver cómo las torres, puentes y palacios cambian de color con la caída del día.
Y en el corazón del centro, junto al murmullo sereno de la ciudad que anochece, la coctelería del Hotel Plácido y Grata ofrece su propio refugio sensorial. Un lugar íntimo donde disfrutar de una copa elaborada con tiempo, con mimo y con personalidad. El frescor de su patio es un regalo: las bellas texturas de la vegetación, como el jazmín estrella y la vid ornamental, se entrelazan creando un oasis de serenidad.
Rodeado de frondosas zonas verdes y rincones acogedores donde sentarse, el patio es el alma del hotel. A veces, el jazz se cuela entre sus muros en sesiones cuidadosamente escogidas que convierten el final del día en un pequeño ritual.
Puedes leer más sobre el concepto tras el diseño de paisaje del Hotel Plácido y Grata en esta entrevista con su creadora, Marta Puig Bellacasa.
Cuando la noche avanza, Sevilla se despliega en infinitas posibilidades. Desde una copa tranquila en alguna azotea con vistas hasta perderse por las callejuelas del Arenal, buscando un tablao donde aún se cante y se baile sin artificio.
Porque cuando cae el sol en Sevilla, todo invita a quedarse un poco más. A vivir, en definitiva, el otro lado de la ciudad: el que despierta justo cuando el cielo comienza a oscurecerse.
Y ahí está Sevilla, lista para ser vivida de nuevo, cada noche.
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